La escuela que confía en ti y en tus capacidades

26.10.2022
El efecto Pigmalión, de forma similar a otras teorías que demuestran el impacto de las imágenes estereotipadas sobre los grupos sociales (el etiquetado, la profecía autocumplida, la imagen social reflejada), postula que las expectativas del profesorado condicionan y modifican, positiva o negativamente, los resultados del alumnado.

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En la mitología griega, Pigmalión, rey de Chipre, al no encontrar una mujer lo suficientemente buena para él, decidió esculpirla en mármol. Quedó tan enamorado de su creación que Afrodita, conmocionada, le dio vida, y así fue como nació Galatea.

Robert Rosenthal y Lenore Jacobson tomaron el nombre de este personaje mitológico, capaz de convertir al otro en lo que él desea, para su teoría del efecto Pigmalión. En un experimento ya clásico que recogen en Pigmalión en el aula (1968), se informó a los docentes de que determinados alumnos de clase habían conseguido una puntuación por encima de la media en un test de inteligencia y que, por tanto, estos alumnos probablemente conseguirían mejores resultados que el resto a lo largo del curso. Esta información era falsa: no se había realizado ningún test de inteligencia y la selección de alumnos había sido completamente aleatoria. Pero los investigadores demostraron que, pasado el tiempo, estos alumnos habían conseguido, efectivamente, mejores resultados que el resto. El efecto Pigmalión, de forma similar a otras teorías que demuestran el impacto de las imágenes estereotipadas sobre los grupos sociales (el etiquetado, la profecía autocumplida, la imagen social reflejada), postula que las expectativas del profesorado condicionan y modifican, positiva o negativamente, los resultados del alumnado.

Aunque es evidente que las personas que trabajamos como docentes no tenemos el poder mágico de convertir al alumnado en nuestras Galateas (a veces ya nos gustaría), creo que todas tenemos claro el impacto que nuestras palabras y nuestros actos pueden tener en el alumnado. Desde el terrorífico “no harás nunca nada bueno en la vida” hasta el alentador “venga, va, que tú puedes”, las expectativas que comunicamos a los niños y adolescentes, de forma más o menos consciente, más o menos explícita, son un elemento relevante en su motivación, su autoestima y su desarrollo académico y personal. ¿Pero hasta qué punto es cierta esta influencia? ¿Hasta qué punto, más allá de la intuición, podemos afirmar que las expectativas docentes condicionan realmente las oportunidades del alumnado?

De ahí el valor de la investigación. Es cierto que, desde un punto de vista docente, a menudo es difícil encontrar el encaje de las aportaciones teóricas en la práctica diaria. ¡La escuela es el espacio en el que todas las teorías descuadran! La complejidad social y relacional de un centro educativo es tan grande, en el aula hay tantas variables que entran en juego, que lo que sobre el papel parece claro y fácil deja de serlo rápidamente. Pero, por otro lado, solo la teoría y la reflexión nos aportan elementos que nos ayudan a interpretar la realidad de las aulas y a encontrar respuestas en los retos diarios. La alianza entre la teoría y la práctica, entre la investigación y la acción, es fundamental.

Las bajas expectativas y los principales factores de desigualdad

El análisis que Marc Lafuente realiza en ¿Son efectivos los programas que intervienen en las expectativas del profesorado con respecto a su alumnado? sobre múltiples programas e intervenciones aportan algunos elementos que considero muy relevantes para responder a las preguntas que planteo:

No solo tienes un entorno que no siempre garantiza tus necesidades básicas, sino que, además, tus profesores y profesoras piensan que no saldrás adelante.

En segundo lugar, me parece especialmente interesante que, a pesar de los resultados modestos de la investigación, que no puede afirmar con contundencia que el efecto Pigmalión se dé sistemáticamente, sí que demuestra que tanto el efecto Pigmalión como los programas de mejoras de expectativas que pretenden compensarlo tienen un impacto diferencial sobre el alumnado más vulnerable. Si a mí me parece que el grupo que me ha tocado este año (incluso antes de empezar, solo mirando la lista) es un desastre y peligra que pueda salir adelante, el alumnado más vulnerable será el más perjudicado por mi manera de pensar. Si, en cambio, a pesar de mis creencias iniciales, soy capaz de generar y transmitir expectativas positivas sobre el grupo, será precisamente este alumnado el que resultará más beneficiado. En un sistema educativo inclusivo, tenemos la responsabilidad social de luchar contra las desigualdades y desarrollar las acciones necesarias para promover la igualdad de oportunidades. En mi opinión, este doble argumento es más que suficiente para justificar el desarrollo de políticas y acciones dirigidas a revertir el efecto negativo de las bajas expectativas.

Tenemos la responsabilidad social de luchar contra las desigualdades y desarrollar las acciones necesarias para promover la igualdad de oportunidades.

En tercer lugar, la investigación también nos indica las vías de acción, cómo trabajar para evitar el efecto Pigmalión, especialmente en el alumnado más vulnerable. Estas vías son: el desarrollo de comportamientos asociados a las altas expectativas; la toma de conciencia por parte de los docentes de las propias expectativas, y la identificación y análisis de las creencias y los sesgos subyacentes a las expectativas sesgadas de los docentes.

El acento, en los y las docentes. En nuestra capacidad de influir, positiva y negativamente, en las oportunidades y las condiciones de los niños y niñas y adolescentes. En nuestra capacidad de generar escenarios en los que las desigualdades pesen menos, en los que todo el mundo pueda sentirse reconocido y valorado, en los que el aprendizaje y el progreso sean accesibles para todo el alumnado, sin importar su origen, su condición social, su género… De nuevo, la figura docente que va más allá de la tarea de transmisión de conocimientos para convertirse en agente transformador, en agente de cambio social, capaz de modificar las condiciones y las oportunidades (con todas las limitaciones del mundo, ¡por supuesto!).Este nuevo rol docente nos remite también a un nuevo tipo de capacitación como profesionales de la educación: en el análisis crítico y la práctica reflexiva, para hacernos capaces de identificar y modificar las creencias y los prejuicios que condicionan nuestras actitudes; en el trabajo en equipo, con el aprendizaje entre iguales como principal fuente de mejora del conocimiento, para generar entornos inclusivos y positivos, y en la comunicación, para dotarnos de herramientas que nos permitan, de forma consciente, transmitir una visión empoderadora para todo nuestro alumnado.

La figura docente que va más allá de la tarea de transmisión de conocimientos para convertirse en agente transformador, en agente de cambio social.

Un tipo de capacitación que debe abordarse desde la formación inicial y continua, pero también ir más allá: hasta la organización de los centros, el desarrollo de políticas educativas más equitativas, el trabajo en equipo de los equipos docentes, el trabajo con las familias, la incorporación de referentes que puedan reflejar la diversidad de nuestra sociedad, las propuestas de la educación 360º…Una capacitación necesaria para construir una escuela que, incluso cuando lo tengas todo en contra, te diga y te demuestre que confía en ti y en tus capacidades, no desde la máxima falaz y homogeneizadora del “si quieres, puedes”, sino desde la visión posible y empoderadora de que tienes capacidad de aprender y de progresar, desde el reconocimiento y el respeto a tu diversidad.

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